Por Francisco José Bobadilla Rodríguez.
Por Julio Talledo. 02 mayo, 2011.Al 95 % de las actas contabilizadas, Ollanta (31.7%) y Keiko (23.4 %) son las dos más altas mayorías relativas según expresión exacta de la Constitución Política del Perú. No hemos tenido, como era previsible, una mayoría absoluta. Entre los cinco grandes de la contienda se distribuyen el 99% del electorado peruano. Los tres restantes suman el 44 %. No se trata sólo de un Parlamento plural, sino de una diversidad real entre los electores que se han expresado entre las propuestas de los presidenciables. ¿Un país fraccionado y enfrentado? No me lo parece. El modelo económico de Castañeda no es peor que el de PPK o Toledo. Más aún, hay convergencia entre ellos y Keiko. No pasa lo mismo con el modelo de Ollanta, pues si hemos de creer en su plan de gobierno -el que está inscrito en el JNE- su propuesta es estatista, por más que en su discurso verbal acentúe la idea de “nacionalista”. En esto, como muy bien decía la abuela, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.
He querido resaltar lo de “mayorías relativas”, para no olvidar que el Perú es mucho más que la propuesta de ambos. Cualquiera de los que gane en la segunda vuelta, debe recordar que hay un 70% o 80% que no ha votado por el(la) a la primera. En esto, Maquiavelo era cínicamente lúcido. Decía que se puede llegar al poder por las armas, la suerte o la virtud. Aquí habrá mucho de suerte maquiavélica, aquella de la que gusta jugar cierto marketing político.
Ambos llegan de la mano de la democracia real, son pues candidatos legales y legítimos. La ley los ampara, aun cuando su legitimidad numérica no sea aplastante. El tiempo que resta a la cita de la segunda vuelta será la palestra que les permitirá aumentar su ahora endeble legitimidad. Algunos piensan que estamos entre la espada y la pared o entre Escila y Caribdis (un monstruo y un remolino) y peores cosas. Desde luego se puede pensar así, pero estimo que es una exageración. Hemos criticado los insultos y la guerra sucia de esta campaña, ¿con qué cara se pueden lanzar epítetos que suenan a insulto y a golpe bajo? Me parece más sensato discutir ideas, visiones. Es la hora del debate, del diálogo, del consenso y las coincidencias. Y, por cierto, no todo da igual: en la confrontación de posiciones se pondrá a prueba la sensatez o insensatez de las propuestas.
Jugar con futuribles, con aquello que pudo ser y no fue, del tipo “si PPK hubiese tenido una semana más, la hacía”; o “si tuviéramos partidos sólidos esto no hubiese pasado”; o “si la derecha se hubiese unido”; etc.; es sólo gimnasia mental, mística del “ojalá” con escaso sentido de la realidad. Ahora hay que lidiar con el futuro inmediato del país, con los intereses, sueños, ilusiones, pasiones, de todos los peruanos; del que tiene y del que no tiene; del que cotiza en la bolsa de New York, y del que vive en economía de pura subsistencia; del que vota con la cabeza y del que lo hará tomándose varias pastillas de gravol antes de ir a las urnas.
El fundamentalismo no le sienta ni a la religión ni a la política. Curiosamente, muchos que repudiarían -y con razón- todo asomo de fundamentalismo religioso, actúan, sin embargo, en política con el mismo fundamentalismo que critican: “o lo mío o nada”. Suena a rabieta de niño. La política, desde su cuna griega, ha sido el arte de lo posible, la alternativa al quietismo y a la violencia. El que patea el tablero no sirve para la política, pues ésta reclama paciencia Tendremos unas semanas de intenso trajín político, tiempo para decidir sobre lo importante, dejando pasar lo circunstancial. Tiempo para afilar el voto y acertar con el mejor escenario: aquel que incluya y no excluya, que abra oportunidades y no las cierre, que ofrezca espacios para la vida buena y segura a la que aspiramos en democracia.
* Docente de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Universidad de Piura. Artículo publicado en el diario El Tiempo, jueves 14 de abril de 2011.